Nombre algunas formas de Prevención de problemas
para el odontólogo en el ámbito legal.
Enfrentados a la problemática de las Demandas o Querellas en contra de
los profesionales de la salud, debemos ser capaces de actuar de manera
responsable y no negligente durante la práctica profesional y además tener el
conocimiento necesario en el ámbito legal, para enfrentarnos y defendernos ante
cualquier imprevisto o inclusive mala intención frente a algún “error” que
comentamos.
Por lo tanto, de manera ejercer nuestra
profesión lo más apegado a la ley es que deben existir:
- Protocolos de procedimientos estandarizados.
- Consentimientos informados por especialidad.
- Evaluación del “riesgo permitido” en el caso de procedimientos
altamente peligrosos.
-Objetivos y curriculum en la formación de pre y post grado.
- Reuniones de trabajo dentro de las sociedades científicas,
universidades, colegios profesionales, entre las diferentes especialidades odontológicas.
- Peritos legistas y abogados expertos en responsabilidad civil, entre
otros.
El Dr. McCarthy, en un libro “Emergencias en Odontología”, plantea que
“el odontólogo debe realizar la evaluación médica, con la finalidad de
determinar, la aptitud física, síquica y emocional de sus pacientes, para
tolerar un tratamiento dental, con comodidad y relativa seguridad”.
Nuestros pacientes no son todos iguales, tal vez la terapia que
apliquemos sea muy similar, pero aplicada en individuos diferentes. Las
condiciones de enfermedad muchas veces no se presentan de igual forma en los
diferentes individuos. Por ejemplo: un paciente hipertenso puede no estar
siguiendo el tratamiento indicado, un paciente puede encontrarse con sus
diabetes descompensada, un paciente portador de una cardiopatía puede no
evidenciar estar en una situación de alto riesgo, por lo tanto es muy
importante que seamos capaces de determinar si ese paciente está en
condiciones, no sólo físicas, sino emocionales de aceptar un tratamiento
determinado.
La Sociedad Americana de Anestesistas plantea clasificar a los pacientes
de la siguiente forma:
Paciente tipo 1: Corresponde a un individuo sano, puede ser recomendable reducir el
estrés.
Paciente tipo 2: Corresponde a un paciente portador de una enfermedad leve, como por
ejemplo una gastroenteritis bajo tratamiento, una bronquitis, etc., que puede
de alguna manera condicionar nuestra terapia. Por lo tanto es posible efectuar
una reducción del estrés y algunas modificaciones según necesidad: como suspender
el tratamiento en espera de su recuperación, solicitar interconsulta médica,
etc.
Paciente tipo 3: Paciente con enfermedad sistémica grave, que limita la actividad, pero
no es incapacitante. Paciente bajo tratamiento de quimioterapia por cáncer, cardiopatía
bajo tratamiento de anticoagulantes, etc. Estamos frente a un paciente de
riesgo mayor, por lo tanto tendremos que estar más atentos a las posibles
complicaciones que nos pueda hacer ese paciente. Podría ser necesario realizar
modificaciones estrictas al tratamiento, necesidades de reducir el estrés y de
interconsulta médica.
Paciente tipo 4: Paciente con enfermedad sistémica grave, que limita la actividad y
plantea una constante amenaza a la vida. Se indica terapia de emergencia mínima
en la consulta, hospitalizarlo por tratamiento complicado y consulta médica.
Paciente tipo 5: Paciente moribundo, que no va a vivir
24 horas. Se indica tratamiento hospitalario de apoyo solamente.
La anterior clasificación disminuye la
posibilidad de cometer el error, de comenzar un tratamiento sin estar preparado
para enfrentar las posibles complicaciones, contraindicaciones y riesgos a los
que nos podemos ver enfrentados.
Y para ello se podrían realizar encuestas de salud médica, de
autollenado, que debe ser firmada por el paciente. Se pueden diseñar de dos
tipos, unas más simple y menos extensa para los pacientes tipo 1 y 2 y otra más
detallada y extensa, para pacientes tipo 3 y 4, o que van a ser sometidos a un
tratamiento odontológico quirúrgico más compleja (implantes, cirugía
ortognática, etc).
Entonces, tipifiquemos a nuestros
pacientes, entendamos que son diferentes, evaluemos su condición médica,
pidamos las interconsultas necesarias, derivémoslo si no nos sentimos
preparados para asistirlo, es decir, tengamos
criterio y seamos autocríticos de manera de establecer límites en las
competencias y habilidades adquiridas en casos de complejidad que escapen a
lo que podamos realizar y así, evitar futuras complicaciones tanto del paciente
como de nosotros en caso de vernos enfrentado ante alguna acción legal en
nuestra contra.
Además, debemos consignar todos
los datos del paciente y evolución del tratamiento en la ficha clínica, sesión
a sesión, explicando con antelación al paciente la condición de salud oral
en la que asiste y enseñando también cada acto de tratamiento que realicemos,
asegurándonos que el paciente comprenda todo lo señalado anteriormente.
Un punto importante a considerar es la relación odontólogo- paciente: tenemos que ser empáticos desde el
momento que el paciente ingresa a nuestra consulta hasta que le otorgamos el
alta definitiva; que nunca se pierda la comunicación sesión a sesión; que podamos
ser capaces de compenetrarnos con su dolor, molestia o impotencia funcional que
lo llevo a buscar ayuda; vale decir, que nuestro paciente sienta que puede
confiar en nosotros.
Finalmente, tener la disponibilidad
de atender a nuestro paciente cuando lo solicite. Y dependiendo del caso, que
podamos otorgarle la tranquilidad de que pueda contactarse con nosotros cuando
lo desee durante su recuperación. “Y que nuestra labor profesional sea ejecutada
con vocación día a día.”
Bibliografía
“Responsabilidad legal profesional del odontólogo”, Dr.
Patricio Carrasco Tapia, Facultad Odontología Universidad de Los Andes, 2005.
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